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viernes, 29 de agosto de 2008

Andy Kusnetzoff, un periodista a todo terreno






Pasó de las alfombras rojas en CQC a recorrer la realidad del país en Argentinos por su nombre. Asegura que lo fascinan los contrastes, reconoce haberse avergonzado de alguna nota, y dice sentir asco de la corrupción de la política.


Por qué buscás y mostrás lo argentino?
—Porque me pega de cerca. Siempre me interesó mucho, quizá por haber vivido afuera de chico (hizo de primero a quinto grado en Brasil). En Argentinos, somos como somos mostraba el chanta. Argentinos por su nombre es más real. Es el reality de los argentinos, que no están encerrados en ninguna casa, están sueltos. Somos nosotros los que nos metemos adonde están.
—Cuando conducías en estudio se te veía muy contenido y acelerado, ¿lo tuyo es la calle?
—Con el minuto a minuto terminás analizando los programas de otra manera. Cuando las notas garpan mucho, el piso termina siendo una transición para ir rápido a la nota. ¿Para qué nos vamos a apurar para mostrar una nota? ¡Quedémonos con la nota! Igual me gustaría hacer un programa en estudio, pero necesito tiempo para poder contar lo que quiero. Si tengo nada más que una hora, garpo más en la calle.
—Ahora, como nunca, se te ve explorar y explotar los contrastes sociales, ¿por qué?
—Me fascinan los contrastes. En el primer mundo son más parejos los contrastes, todos sacan un crédito y tienen derecho a una casa. Acá, el contraste es muy fuerte, me gusta mostrar eso. Gente que tiene mucho y gente que no tiene nada...
—Y juntarlos en una misma situación...
—Cambiar los roles, y darte cuenta de que a veces la felicidad no pasa por el que tiene plata. Gente con mucho menos te trata mejor o es más feliz que gente que tiene mucho pero no tiene la solución a su infelicidad.
—En algunas notas ¿viviste momentos de miedo?
—Pocos, pero pasé. Nunca arreglamos con la policía, salvo la nota de Giordano en la Villa 31, porque había que llevar una infraestructura. Pero nunca lo hacemos, porque si vas con la policía, no te habla nadie. Hay situaciones que te metés en la multitud y empieza con cariño pero después se excitan todos juntos y uno queda un poco expuesto. Vino la barra de Tigre y uno dice ¿quién me mandó?
—Fue cuando tuviste que tomar “vino loco”.
—El “vino loco” hay que probarlo. Es cortesía. La gente más humilde reconoce también adónde vamos. Hice una carrera siguiendo gente poderosa, fui a todos los eventos de todos los países del mundo, festivales de cine y la alfombra roja, no hay lugar más glamoroso que ese, y yo fui el que más lo cubrió. Y creo que en un punto te agradecen, dicen: “¿Venís a mostrar esto? Yo me copo”.
—¿Hacés periodismo?
—Absolutamente. En CQC me decían que no era periodismo. Que use el humor no tiene nada que ver con que no sea periodismo. En este programa pasa lo mismo: no tengo un traje y un micrófono, pero el periodista cuenta algo, y el televidente se lleva algo. Trato de entretener e informar. Si lo ves y tenés algo para comentar el día siguiente, para mí eso es periodismo.
—¿Cuánto hay de casual y cuánto de producción en el programa?
—Es un cóctel. No es que salimos a la nada. La producción labura mucho en cosas que no se ven. Es muy raro y muy difícil producir este programa. Hay que tener un poco de todo: valentía, rapidez, espontaneidad, saber ver. Y humor, que es muy importante.
—¿Te sale naturalmente?
—A mí me sale. Tengo que controlarlo. Lo empleé en todos los laburos, y en la vida, pero hay que ser ubicado, hay situaciones que no dan para hacer humor: AMIA, desaparecidos, asesinatos...
—¿Qué te da trabajar en la calle?
—La calle te aviva, y van pasando cosas. La detención de los chicos que no tenían documentos, que le prestamos el teléfono para que llamen a los padres y les alcancen los documentos, y mientras yo le llevaba pizza a la policía para demorarlos, y que no se los lleven... para mí eso es hacer periodismo de humor, pero sobre la realidad total.


—¿Te sentís imitado, o al menos homenajeado?
—Me da medio pelotudo si digo que inventé algo. Si pude imponer un estilo y me homenajean, bienvenido sea, lo agradezco. Es un halago que me reconozcan el lugar de haber tratado de hacer algo distinto en su momento. Es lo que trato de hacer: reinventarme todo el tiempo, lo más difícil.
—En general, los protagonistas de tu programa se toman ciertas licencias. ¿Por qué no lo dejaste manejar a Pity, de Intoxicados?
—(Se pone serio) Me preocupa la situación vial. No estaba el Pity en condiciones de manejar, esa es la verdad. Tratamos de apoyar a los chicos del colegio Eco, y me dio un poco de vergüenza poner al aire lo de Marcos Di Palma, no fue el mejor ejemplo (N. de la R.: cuando el corredor, al volante del 206 del programa, tiró freno de mano en una esquina –Humboldt y Nicaragua, frente al bar Dubliners–, los paró la policía, y Di Palma no tenía registro). Pero queda entendido que fue una situación artística porque estábamos grabando.
—¿Podés caer en contradicciones?
—Trato de ser coherente conmigo, trato de no tener contradicciones. Uso el cinturón de seguridad, cuidamos un montón eso, pero hay licencias artísticas que no tienen que ver con la educación vial. Trato de no tener contradicciones en mi vida, no en la televisión. Es fundamental.
—¿Viste o viviste hechos de corrupción en la tele?
—La veo en muchos lugares. En la tele no la vi, tampoco estoy metido todo el tiempo en la tele, estoy todo el día laburando. Supongo que no debe ser un lugar exento de corrupción. No me cabe la corrupción ni los políticos que afanan, más teniendo conciencia de cómo está la gente. El sistema es muy perverso. Me da asco cuando alguien roba. Menem me da asco, todos sus funcionarios me dan asco, los sobresueldos me dan asco. Todos los actos de corrupción: desde el jardinero de De la Rúa hasta los sobornos del Senado, los van a tener que explicar. Y a este Gobierno le pido que explique las cosas. Nada está probado, pero que expliquen, quiero entender qué pasa con Skanska, qué pasó con Felisa Miceli, por qué la denuncia a Picolotti; y nadie explica nada. Quiero que expliquen. La gente tiene derecho a saber qué hace el funcionario público.
Un ratito con la fama
—Además de dar notas, ¿qué otras cosas te molestan del medio?
—No quiero ser famoso. Tengo un laburo público y me gusta estar para expresarme, pero no es mi objetivo que me reconozcan por la calle.
—Y sin embargo, sos famoso.
—Soy conocido como consecuencia de un laburo. Hoy famoso puede ser cualquiera. No es lo mismo famoso, que conocido y mediático. Uno puede ser conocido por el laburo que hace, pero el fin es hacer el laburo y la consecuencia es ser conocido. Otro fin es querer ser famoso y ser conocido.
—¿Y cómo la llevás?
—El pibe que se la pasa quejando porque lo reconocen en la calle y le piden una foto... sería medio pelotudo si lo hago. Me va bien, me reconocen, me regalan ropa... si te digo que la paso mal soy un boludo, y la verdad es que soy un privilegiado. Y estoy contento y feliz por eso.
—¿Crecerá Mandarina? ¿La imaginás algún día como Cuatro Cabezas?
—No da para comparar. Madarina es una productora boutique, que está empezando, y estamos contentos, hay mística.
—¿Tenés enemigos?
—En televisión ¿enemigos? No... creo que no


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