Son sus labios, sus ojos... Es su actitud, sexy, atrevida, torturada... Es cada una de estas cosas, o su explosiva combinación la que ha convertido a este actor, nacido en Irlanda hace 28 años, en la nueva atracción de Hollywood. Acaba de “comerse” la pantalla en Match Point, de Woody Allen, y reaparece en Misión Imposible III. Olvidarlo, sería realmente una “misión imposible”.
Se llama Jonathan Rhys Meyers, tiene 28 años y es la nueva cara –bonita– de Hollywood. Sensual y atrevido, en Internet está lleno de sitios donde no paran de hablar de sus labios y sus ojos, y basta mirar cualquiera de los últimos ejemplares de revistas top como Vogue, Vanity Fair, Esquire o Interview para comprobar el peso que hoy tiene esa cara, que parece salida de un comercial de perfumes, que presenta al “hombre irresistible”. Hoy, sus músculos se lucen en la recientemente estrenada M:I:III, pero su rostro fue toda una revelación en Match Point, la última de Woody Allen, en la que Rhys Meyers interpreta a un profesor de tenis.
Pero, ¿qué tiene este irlandés para que, en tan poco tiempo, se haya convertido en la figurita más difícil y solicitada del momento? ¿Es la belleza su único secreto? “Cuando los actores son jóvenes, lo único que hacen es hablar de la belleza. ¡Nadie decía que las actuaciones de Brad Pitt y Johnny Depp eran brillantes!”, exclama él. En las contestaciones que dio a la prensa en Cannes hay, tal vez, una respuesta. “Supuse que en el texto de Allen había algo oscuro, porque es a lo que yo me presto. Creo que me eligió porque lo que hay en Chris Wilton (el personaje de Match Point), también existe en mí –lanzó–. Allen me escribió una hermosa carta en el interior de un original de las obras de Byron. Ahí decía que me había elegido porque yo encarnaba el último héroe de Byron: inteligente, bello, y levemente torturado”. Primera observación: el chico debe ser lo suficientemente bueno para que Allen le haya echado el ojo. Después: debe ser lo suficientemente bueno como para haber obtenido, el año pasado, el premio Chopard al actor revelación masculina. En el Festival internacional de Cannes, los críticos consideraron su actuación como la mejor del 2005. Lo suficientemente bueno como para haber recibido una nominación para los Emmy y ganado el Golden Globe al mejor actor por Elvis, los primeros años, una bioepic para televisión sobre el ídolo norteamericano. Lo suficientemente talentoso como para haber sido premiado en Cannes y nominado por el Círculo de Críticos de Cine de Londres por su papel en Velvet Goldmine; y más recientemente, por Bend it like Beckham. Cuando lean declaraciones suyas, como esas que revelan que se la pasa tomando cerveza con su íntimo amigo Collin Farell o que se volvió un fanático del gimnasio en el último año, por favor, no las consideren frívolas. “A los actores, los mejores roles les llegan cuando tienen treinta y pico. Cambiar mi físico me abrirá más puertas”. Cuando le preguntan si tiene miedo a perder trabajos si su cara, con la edad, deja de ser lo bella que es, él responde: “Si sos bueno, sos bueno. Si mi look se va, entonces buscaré otros looks. No me importa el dinero o la fama. Me importa crear algo que sea brillante para otra gente”.
Inteligente, bello, y levemente torturado
Johathan Rhys Meyers nació como Jonathan Michael Francis O’Keefe, en Dublín, Irlanda, el 27 de julio de 1977. Al poco tiempo, su familia se mudó al condado sureño de Cork. Y apenas tenía tres años cuando su padre, un músico folk, los abandonó. Tanto él como sus tres hermanos (hoy músicos) tuvieron una infancia turbulenta y hundida en la pobreza. Cuentan en Cork que en aquellos primeros años de Rhys Meyers hay una madre alcohólica, un orfanato y hasta una violación callejera. Hace poco, luego de hacer Elvis, reveló más de su pasado descarrilado y vagabundo: “Tenemos muchas cosas en común con Elvis. Así como él fue un pobre chico de Mississippi, yo fui un pobre chico de Cork. Éramos muy diferentes en la manera de vestirnos. Los dos les compramos casas a nuestras madres con el primer gran sueldo que recibimos. Los dos vivíamos soñando despiertos y luchamos por hacer nuestros sueños realidad”. Cada vez que tiene oportunidad, él aprovecha para hablar de su infancia “difícil”. “Era un chico loco. Solía gritar mucho. Alguna gente necesita más atención que otras y yo necesito mucha. Pueden decir que es inseguridad, pero yo creo que es egoísmo”. Si un buscador de talentos no lo hubiera descubierto a los 16 años, su vida quizás hubiera sido otra, mucho más cercana a la de un delincuente juvenil. Al agente le pareció que era ideal para obtener un rol en War of the Buttons. Rhys Meyers no obtuvo el papel, pero sí logró hacer un comercial de sopas Knorr, que lo avergüenza. Sin haber ido nunca a una escuela de actuación o tomar una lección de teatro, desarrolló una prolífica carrera. Con una lucidez inusual, le gusta declarar que “me dediqué a actuar porque me mantiene lejos de la calle y de la cárcel. Si no fuera por esto, estaría muerto o vendiendo drogas, robando autos. Si no hiciera ningún film más, tampoco me molestaría”. Eso no quiere decir que no reconozca sus cualidades. El irlandés sabe que es bueno: “reconozco que soy mucho mejor actor ahora que cuando tenía 18 años. Soy un actor en progreso (…) No existe eso que dicen que cuando llegás a determinado punto, todo se vuelve más fácil. Todo se vuelve más difícil: querés los mejores y más grandes roles. Además, nunca podría ser mediocre”. Dice eso, pero también: “no sé cómo es que actúo. Hago lo que me sale. Para mí, todo tiene que ser errático. Porque soy una persona errática. Si ensayara tres veces, me aburriría”.
La prensa británica está convencida de que este hombre, que aún no alcanzó los treinta –que es fanático de Bob Marley y de la música irlandesa (él también toca y canta, como lo hizo en Velvet Goldmine, en la que interpretaba a un personaje inspirado en David Bowie)– disfruta de los comentarios que hablan de su ambigüedad sexual. “No diría que soy estrictamente heterosexual, pero nunca fui a la cama con un hombre”. Hasta no hace muchos años, los rumores indicaban que vivía con un hombre. Nunca se llegó a saber si se trató o no de un guardián puesto por la justicia debido a esa conducta adolescente border que hoy subyuga y desquicia a los directores. Y la que le sigue causando problemas… El año pasado, los medios informaron que el actor había terminado en prisión por haber golpeado a Reena Hammer, su noviecita de 18 años que lo acompañó a Cannes (y a su última rehabilitación por drogas). Según parece, en la pelea tomó intervención hasta Scotland Yard: es que, aparentemente, Rhys Meyers habría tenido drogas en su departamento de Londres.
Afortunadamente, Rhys Meyers no vive en Hollywood. Fluctúa entre Londres y su granja de Cork donde tiene sus caballos y donde lee a Dostoievski, Pushkin, Beckett, Joyce y Yoshimoto. En los Estados Unidos y con semejantes arrebatos, quizá terminaría más expuesto que Hugh Grant o Russell Crowe. Su respuesta es, tal vez, más diplomática: la meca del cine no le hace nada bien a la profesión: “luego de un tiempo, el trabajo de los actores se vuelve malo. Eso es porque se la pasan almorzando con otros actores, con sus agentes o productores. Mis amigos no están entre las estrellas de cine; en el pub de Cork, la fama no me molesta. De todas formas, en un momento no sos nadie, y al siguiente, sos lo más. Este negocio no es más que una gran ilusión”.
Texto M. F. Sanguinetti Fotos Fotonoticias/Gentileza Alfa Films
Se llama Jonathan Rhys Meyers, tiene 28 años y es la nueva cara –bonita– de Hollywood. Sensual y atrevido, en Internet está lleno de sitios donde no paran de hablar de sus labios y sus ojos, y basta mirar cualquiera de los últimos ejemplares de revistas top como Vogue, Vanity Fair, Esquire o Interview para comprobar el peso que hoy tiene esa cara, que parece salida de un comercial de perfumes, que presenta al “hombre irresistible”. Hoy, sus músculos se lucen en la recientemente estrenada M:I:III, pero su rostro fue toda una revelación en Match Point, la última de Woody Allen, en la que Rhys Meyers interpreta a un profesor de tenis.
Pero, ¿qué tiene este irlandés para que, en tan poco tiempo, se haya convertido en la figurita más difícil y solicitada del momento? ¿Es la belleza su único secreto? “Cuando los actores son jóvenes, lo único que hacen es hablar de la belleza. ¡Nadie decía que las actuaciones de Brad Pitt y Johnny Depp eran brillantes!”, exclama él. En las contestaciones que dio a la prensa en Cannes hay, tal vez, una respuesta. “Supuse que en el texto de Allen había algo oscuro, porque es a lo que yo me presto. Creo que me eligió porque lo que hay en Chris Wilton (el personaje de Match Point), también existe en mí –lanzó–. Allen me escribió una hermosa carta en el interior de un original de las obras de Byron. Ahí decía que me había elegido porque yo encarnaba el último héroe de Byron: inteligente, bello, y levemente torturado”. Primera observación: el chico debe ser lo suficientemente bueno para que Allen le haya echado el ojo. Después: debe ser lo suficientemente bueno como para haber obtenido, el año pasado, el premio Chopard al actor revelación masculina. En el Festival internacional de Cannes, los críticos consideraron su actuación como la mejor del 2005. Lo suficientemente bueno como para haber recibido una nominación para los Emmy y ganado el Golden Globe al mejor actor por Elvis, los primeros años, una bioepic para televisión sobre el ídolo norteamericano. Lo suficientemente talentoso como para haber sido premiado en Cannes y nominado por el Círculo de Críticos de Cine de Londres por su papel en Velvet Goldmine; y más recientemente, por Bend it like Beckham. Cuando lean declaraciones suyas, como esas que revelan que se la pasa tomando cerveza con su íntimo amigo Collin Farell o que se volvió un fanático del gimnasio en el último año, por favor, no las consideren frívolas. “A los actores, los mejores roles les llegan cuando tienen treinta y pico. Cambiar mi físico me abrirá más puertas”. Cuando le preguntan si tiene miedo a perder trabajos si su cara, con la edad, deja de ser lo bella que es, él responde: “Si sos bueno, sos bueno. Si mi look se va, entonces buscaré otros looks. No me importa el dinero o la fama. Me importa crear algo que sea brillante para otra gente”.
Inteligente, bello, y levemente torturado
Johathan Rhys Meyers nació como Jonathan Michael Francis O’Keefe, en Dublín, Irlanda, el 27 de julio de 1977. Al poco tiempo, su familia se mudó al condado sureño de Cork. Y apenas tenía tres años cuando su padre, un músico folk, los abandonó. Tanto él como sus tres hermanos (hoy músicos) tuvieron una infancia turbulenta y hundida en la pobreza. Cuentan en Cork que en aquellos primeros años de Rhys Meyers hay una madre alcohólica, un orfanato y hasta una violación callejera. Hace poco, luego de hacer Elvis, reveló más de su pasado descarrilado y vagabundo: “Tenemos muchas cosas en común con Elvis. Así como él fue un pobre chico de Mississippi, yo fui un pobre chico de Cork. Éramos muy diferentes en la manera de vestirnos. Los dos les compramos casas a nuestras madres con el primer gran sueldo que recibimos. Los dos vivíamos soñando despiertos y luchamos por hacer nuestros sueños realidad”. Cada vez que tiene oportunidad, él aprovecha para hablar de su infancia “difícil”. “Era un chico loco. Solía gritar mucho. Alguna gente necesita más atención que otras y yo necesito mucha. Pueden decir que es inseguridad, pero yo creo que es egoísmo”. Si un buscador de talentos no lo hubiera descubierto a los 16 años, su vida quizás hubiera sido otra, mucho más cercana a la de un delincuente juvenil. Al agente le pareció que era ideal para obtener un rol en War of the Buttons. Rhys Meyers no obtuvo el papel, pero sí logró hacer un comercial de sopas Knorr, que lo avergüenza. Sin haber ido nunca a una escuela de actuación o tomar una lección de teatro, desarrolló una prolífica carrera. Con una lucidez inusual, le gusta declarar que “me dediqué a actuar porque me mantiene lejos de la calle y de la cárcel. Si no fuera por esto, estaría muerto o vendiendo drogas, robando autos. Si no hiciera ningún film más, tampoco me molestaría”. Eso no quiere decir que no reconozca sus cualidades. El irlandés sabe que es bueno: “reconozco que soy mucho mejor actor ahora que cuando tenía 18 años. Soy un actor en progreso (…) No existe eso que dicen que cuando llegás a determinado punto, todo se vuelve más fácil. Todo se vuelve más difícil: querés los mejores y más grandes roles. Además, nunca podría ser mediocre”. Dice eso, pero también: “no sé cómo es que actúo. Hago lo que me sale. Para mí, todo tiene que ser errático. Porque soy una persona errática. Si ensayara tres veces, me aburriría”.
La prensa británica está convencida de que este hombre, que aún no alcanzó los treinta –que es fanático de Bob Marley y de la música irlandesa (él también toca y canta, como lo hizo en Velvet Goldmine, en la que interpretaba a un personaje inspirado en David Bowie)– disfruta de los comentarios que hablan de su ambigüedad sexual. “No diría que soy estrictamente heterosexual, pero nunca fui a la cama con un hombre”. Hasta no hace muchos años, los rumores indicaban que vivía con un hombre. Nunca se llegó a saber si se trató o no de un guardián puesto por la justicia debido a esa conducta adolescente border que hoy subyuga y desquicia a los directores. Y la que le sigue causando problemas… El año pasado, los medios informaron que el actor había terminado en prisión por haber golpeado a Reena Hammer, su noviecita de 18 años que lo acompañó a Cannes (y a su última rehabilitación por drogas). Según parece, en la pelea tomó intervención hasta Scotland Yard: es que, aparentemente, Rhys Meyers habría tenido drogas en su departamento de Londres.
Afortunadamente, Rhys Meyers no vive en Hollywood. Fluctúa entre Londres y su granja de Cork donde tiene sus caballos y donde lee a Dostoievski, Pushkin, Beckett, Joyce y Yoshimoto. En los Estados Unidos y con semejantes arrebatos, quizá terminaría más expuesto que Hugh Grant o Russell Crowe. Su respuesta es, tal vez, más diplomática: la meca del cine no le hace nada bien a la profesión: “luego de un tiempo, el trabajo de los actores se vuelve malo. Eso es porque se la pasan almorzando con otros actores, con sus agentes o productores. Mis amigos no están entre las estrellas de cine; en el pub de Cork, la fama no me molesta. De todas formas, en un momento no sos nadie, y al siguiente, sos lo más. Este negocio no es más que una gran ilusión”.
Texto M. F. Sanguinetti Fotos Fotonoticias/Gentileza Alfa Films
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