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domingo, 17 de abril de 2011

Ludovico Di Santo





Comenzó su carrera en tiras juveniles hastallegar de un salto al lado oscuro de la pantalla: ahora encarna a Octavio, un lujurioso abogado que persigue sus ambiciones en la novela “El Elegido”.
Con el ceño fruncido, los ojos claros entrecerrados para acentuar la mirada, la mitad del cuerpo sobre la mesa y un pucho en la boca, Ludovico Di Santo deja bien clara una cosa: se compromete con el personaje. Atrás quedaron los roles de tiras juveniles y ahora, trajeado y con un firme jopo de unos cuantos centímetros de alto, encarna a Octavio Linares Calvo, un abogado lujurioso y contrariado, con adicciones poco sanas y que aparece en escenas subiditas de tono con Erica (Calu Rivero) en la novela El Elegido, que se emite de lunes a jueves por Telefé. Ella es una chica humilde de origen, pero que cuando se convierte en su esposa comienzan a interesarle más los billetes que el amor. “Su mujer lo ayudó en su momento, pero ahora ella se transforma en otra cosa, entonces él empieza a recaer. Octavio es una persona conflictiva, con muchas contradicciones. Es un adicto, pero también es un buen tipo que está tratando de cumplir un mandato familiar que no le interesa. Es la típica oveja negra de la familia” cuenta y aclara que es el personaje más oscuro que le tocó interpretar. Empezando en el 2002 por tiras como Rebelde Way, Frecuencia 04 y Atracción x 4, se instaló como galancito adolescente en un viaje de egresados eterno con sus compañeros de elenco. Pero cuatro años después le llegó la oportunidad para demostrar que se podía bajar del micro a Bariloche, cuando lo llamaron para participar en la novela El tiempo no para, donde encarnó a Lucas, la pareja gay de Walter Quiroz y sin tapujos sacó su versatilidad a la luz. “Fue uno de esos proyectos que te plantean un desafío y necesariamente una evolución, que en mi caso fue traumática y divertida a la vez. Fue un cambio muy grande, pero que necesitaba hacer para que se me abrieran las puertas para otro tipo de trabajos”.
–¿Y por qué tenías un trauma?
–No me gustaba verme. Al principio de mi carrera me choqué con la realidad. Era muy difícil verme cómo trabajaba, no me gustaba. Era muy cruel conmigo y la pasé muy mal. Recién mucho tiempo después empecé a ser más auto-complaciente y a entender que todo es parte de un proceso y que cada momento y papel tienen su lugar. Y también fue muy dramático el cambio de papeles juveniles a otros.
Pero ahora, pasada y superada la metamorfosis, dice que se siente cómodo en su más nuevo papel, aunque las novelas no eran su primera opción: es más del palo del cine y las series yanquis. A diferencia de las últimas, en nuestro país las novelas se emiten casi todos los días de la semana, muchas veces gastando rápido el argumento. Cuando se le pregunta si piensa que El Elegido tiene fecha de vencimiento como otros de los programas en los que actuó y fueron cancelados, contesta que no. “Creo que esta novela se sostiene sola. Cada proyecto fracasa por un motivo particular, es imposible generalizar, pero creo que esta historia tiene muchos elementos para que la gente siga viéndola”, dice.
Además de actuación, Ludovico llegó hasta la mitad de la carrera de Comunicación. Ahora mucho no le preocupa no haberla terminado, pero dice que cuando tuvo la crisis que lo llevó a decidir actuar, le costó un tiempo aceptar la idea de no ser universitario. “Era buen alumno y bastante estudioso. Pero me deprimí mucho tiempo, y empecé a ir al psicólogo. Lo único que me gustaba en esa época era ir al cine, así que empecé a ir mucho y en un momento dije: ‘Me parece que me gusta eso’ y empecé a estudiar teatro”.
–¿Entraste a la actuación pensando en llegar a la pantalla?
–Pensaba en actuar simplemente. En jugar a ser otra cosa, no me importaba dónde.
–¿Y te pudiste despegar fácil de tu carrera anterior?
–No, fue un proceso largo con muchas contradicciones, porque sentía que estaba programado, que había que ser universitario. El conflicto mayormente pasaba por ahí, aunque mi familia me apoyó cuando empezaron a ver que estaba mejor, contento y con ganas de hacer algo, cuando antes no quería hacer nada.
–Hablando de tu familia, ¿sabés por qué te eligieron ese nombre tan particular?
–Lamento decepcionarte, no hay historia. A mi padre se le ocurrió, le gustó y me lo pusieron. No hay nada, ni por el mecenas de Da Vinci ni en honor a nadie. Aunque a mí me gusta, lo llevé como pude, porque para mal o para bien, la gente siempre se acuerda.
Habla lento y rasposo, midiendo lo que dice la mayor parte del tiempo, hasta que se ríe y se olvida de que no le gustan las preguntas muy personales ni sobre su vida amorosa. De su anterior relación con Ursula Vargués (modelo y conductora de TV) no dice mucho y no le gusta que le pregunten. Mucho menos cuando se le insinúa que esa relación le pudo haber servido para figurar un poco más en las pantallas a lo que responde con un seco y repetitivo “No, no tengo idea”.
Cuenta que escucha desde Fito Páez hasta Louis Armstrong y que en el auto tiene varios discos de música clásica, porque en el tráfico los nervios le ganan y la usa para tranquilizarse. “También escucho folclore y tango, porque a los seis años nos mudamos al interior de Buenos Aires, a Lincoln, hasta que me volví a Capital cuando terminé el secundario”. De lecturas, está releyendo Rayuela de Cortázar y para seguir con la carga sensual de su personaje, lee también Sexus, de Henry Miller.
–Octavio es adicto, ¿vos tenés alguna adicción?
–Al cigarrillo y la Coca light.
–Cada personaje de “El Elegido” representa un pecado. A vos te tocó la lujuria, ¿cómo lo llevás?
–Dentro de todo es el pecado más divertido, porque estás siempre al límite. No sé si en la vida es el mejor, porque estar todo el tiempo en tensión no es para mí. Soy un poco más relajado en ese sentido, no me lo bancaría.
–¿Y si pudieras elegir?
–Sería la gula. Me cuido porque es mi trabajo, pero viviría a milanesas, alfajores, medialunas y pizza.
–Si tuvieras que pensar un personaje que te gustaría interpretar, ¿cuál sería?
–El diablo. Ahora que estoy mucho con el tema del pecado, supongo que es el más divertido. Mucho más divertido que Jesús, porque Jesús no puede hacer nada y el diablo puede hacer de todo… o eso piensa Octavio.

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