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viernes, 12 de septiembre de 2008

ENTREVISTA A ADRIAN NAVARRO








Adrián Navarro está acostumbrado a los personajes complejos y sufridos. Así fue con Rafa, el tanguero cuadripléjico y perturbado de Doble vida. Federico Solano, el hijo de desaparecidos que interpreta en Montecristo (Telefé), y que le dio al actor la cuota de popularidad que trae acoplada una telenovela exitosa como la que protagoniza Pablo Echarri."Es interesante componer un personaje como el de Federico, con un pasado que es una mochila muy pesada y dolorosa. Es solitario, triste, pero también es noble, generoso y leal. Agradezco a los autores por un personaje tan rico, con tantos matices", dice Navarro.La trama de Montecristo, tan ligada a la historia argentina reciente y a sus heridas todavía abiertas, provoca las reacciones más inesperadas en los televidentes. Navarro vivió una en carne propia. "Un día llamó una señora a la producción para decir que yo era un hijo de desaparecidos, de una familia que ella conocía. Fue muy fuerte y la llamé para decirle que por la edad, no podía ser. Yo nací en 1969 y el chico que ella conocía, en 1975. Me solidaricé con ella y los dos nos sentimos más tranquilos. Pero la verdad es que fue bastante shockeante", recuerda.Para interpretar a Federico, Navarro se puso a leer mucho material sobre el tema. "Y descubrí que desconocía un montón de cosas. Pero eso es lo maravilloso de este trabajo, que te permite aprender de distintos temas, más allá del personaje que compongas."Criado en La Matanza, Navarro está ligado a la actuación desde los 14 años, cuando empezó a estudiar teatro, sucesivamente, con Horacio Ranieri, Beatriz Matar y Agustín Alezzo. "No sé de dónde saqué la veta histriónica pero siempre me gustó esto. En la adolescencia, los pibes del barrio se iban a bailar y yo prefería ir solo al teatro. Me iba hasta el Centro, y como no tenía plata para la entrada, a veces les decía a los boleteros que era actor para que me dejaran entrar. Me encantaba ir solo al cine; caminaba por Corrientes a la noche y yo, que venía de un barrio donde andábamos en pata por la calle, con todas las luces de los teatros y la vista del Obelisco, me sentía como en Europa." Su amor por la actuación estuvo siempre, pero Navarro tuvo que esperar bastante para poder vivir del oficio. Antes trabajó de mozo, fotógrafo, taxista y vendedor ambulante. "Siempre hacía teatro off, pero no podía comer con eso. Hasta que llegamos con un grupo a España, con la obra La pecera. Eso fue una gran experiencia porque, a los 31 años, interpretaba a un chico de 14." Recién a los 33 años consiguió revertir la situación. Fue con la película Ay Juancito, de Héctor Olivera, donde interpretó al hermano de Evita, Juan Duarte. Antes de ir al casting, consiguió una foto de Duarte, se fue a la peluquería, se dejó crecer el bigote, se alquiló un traje y empezó a pasear por su barrio en un auto inglés, un Bauxal, modelo 59, una verdadera rareza de su propiedad. "De no conocer al personaje pasé a tener una actitud juanesca. Sentía que el personaje era mío." Y así fue. Desde entonces, su relación con el cine no se detuvo. Después filmó Hermanas, Solos y otras dos películas, que se estrenan el año que viene: El amor y la ciudad y Ciudad en celo. Navarro es muy celoso de su vida privada y prefiere evitar el tema: apenas cuenta que está casado y tiene dos hijos. "Pero como ellos no eligieron esto, los quiero respetar. Por eso, yo también trato de tener un perfil bajo, aunque con un personaje en Montecristo es difícil", confiesa. El éxito de la tira le trajo varias ofertas televisivas para el año que viene, que todavía tiene que definir. ¿Un protagónico? Tal vez. Adrián Navarro sabe que, tarde o temprano, todo llega.

Hoy en Vidas Robadas

Malvados, perversos, siniestros. Así son Astor, Nicolás y Dante, los tres personajes que encarnan lo más bajo del ser humano, y a quienes debe enfrentar Bautista Amaya (Facundo Arana) en la trama de Vidas robadas (Telefé, a las 22.15). Pero este trío de infames, que se dedica al tráfico de personas y otras actividades deleznables, está, afortunadamente, en la vereda opuesta fuera de la ficción y en la piel de Jorge Marrale (Astor), Juan Gil Navarro (Nicolás) y Adrián Navarro (Dante). El trío se entiende con las miradas y eso se debe, básicamente, a la gran complicidad que hay entre ellos, que les permite comentar escenas, hablar sobre su oficio, compartir gustos y reírse de sí mismos.Cada uno ejecuta un estilo de maldad. ¿Cómo armaron esos perfiles?Marrale: Lo interesante que se plantea como arranque del vínculo entre los tres es que Astor los rescata de la calle a Nicolás y a Dante, siendo púberes, lo cual hace que todo el mecanismo sea la construcción del mal.Funciona como un padre.Marrale: Claro, aunque es un padre maldito. Los toma, los adiestra y como es una mentalidad perversa, construye el afecto a partir de esa carencia. Entiende el afecto protegiéndolos, pero eso es sumirlos en el mismo camino que trazó. Eso fue lo primero que me interesó de la historia. Y después, que lo hicieran Juan y Adrián, dos actores cargados de buena intensidad interpretativa. Porque el problema con estos personajes es que pueden caer en machiettas. Y este trío tiene que ser creíble.Los tres tienen más de una cara: pueden ser tiernos y amorosos y canallas, a la vez.Navarro: Eso es lo que los hace más perversos, la ambigüedad, que, además, es notoria, la muestran. Yo observé mucho los primeros días a Jorge y a Juan y, en función de eso, pudimos armar unos personajes que recorren el mismo camino, pero a la vez son muy diferentes: sólo los une la impunidad, la maldad. Aunque la de Astor es insuperable, porque es el cerebro de la organización y Dante y Nicolás tienen algo de admiración hacia él. Todo eso lo podemos generar gracias al vínculo que tenemos nosotros. Antes de hacer una escena y en el momento de grabarla, hablamos mucho. Nuestras conversaciones tienen que ver con el oficio, con la creación.Marrale: Además creo que hay códigos para trabajar que te permiten ser intenso, y también divertirte, aún en los momentos más dramáticos.Gil Navarro: Es que, con estos personajes tan tremendos, si no bajás la tensión, te pasás.En la charla se nota ese juego constante entre los personajes y las personas. Juan y Adrián comparten su camarín, en cuya puerta dice Los Navarro, un título que suena a guiño irónico hacia sus personajes y también una muestra de verdadera cercanía entre los actores. Algo que comparte también Marrale, a quien los más jóvenes tienen como referente, pero sin la reverencia solemne que podría despertar su trayectoria. "Lo que yo voy descubriendo es que nos gusta lo que hacemos, nos gusta sentarnos a hablar, de todo en general", dice Marrale. "El otro día Juan me trajo películas y reportajes de Michael Caine y eso lo disfrutamos. Hay afinidad entre los tres".Los personajes se potencian entre sí, lo mismo parece suceder entre ustedes.Marrale: Sí, y eso es lo que deja una experiencia grata. Me parece interesante, volviendo un poco a lo que decíamos antes, ver cómo en el arte dramático en general y en televisión, especialmente, el espacio de la malicia está tomado con una dimensión particular: parece que la malicia de la realidad cada vez se filtra más en la televisión, con lo cual es delicado trabajar con eso, es una responsabilidad muy grande. La malicia es muy táctil, está en el aire y la gente, por presión, por exclusión, o por lo que sea, la saca afuera. Por lo tanto, en la ficción, la malicia tiene que ser muy verosímil.Gil Navarro: Yo creo que es fantástico este concepto de Jorge sobre el espacio de la malicia, tiene una potencia tremenda. Uno es como una antena que toma, refleja y proyecta otra vez. Y, a lo mejor, estamos tan embebidos, que alcanza con ponernos un espejo adelante para que la gente se identifique. Después, cada uno tiene su estilo, su color. En el caso de Nicolás, tiene una furia sin respuesta que lo enloquece. Es un pedido de afecto con rasgos de psicópata, como lo que le pasa con Juliana, el personaje de Sofía Elliot, a quien tiene cautiva y se supone que la quiere.Marrale: Ahí está otra vez la ambigüedad dolorosa en la que viven. Creo que nuestros tres personajes están detrás de la vidriera. En cambio Juliana (Elliot), Rosario (Soledad Silveyra), Juan (Patricio Contreras) representan el sufrimiento de la gente.Navarro: Con ellos la gente se puede identificar más porque es difícil ver un malo y reconocerse en él, aunque en la realidad los haya y peores. De todos modos, lo mejor que tiene esto es el juego: uno como actor saca de adentro su malo, lo que uno reprime. Es fantástico: dejás de reprimirte, jugás y volvés a la realidad.La relación entre Dante y Nicolás tiene otros condimentos: la lealtad, la rivalidad y hasta cierta ambigüedad sexual.Navarro: El vínculo entre ellos es un amor particular, porque fueron socios en el abandono y la soledad y se hermanaron desde chiquitos. Es más fuerte que el de un hermano de sangre, porque se eligen. Hay algo inmanejable e irracional que los une.Gil Navarro: Estos tres tipos se preguntan todo el tiempo por qué, y esas respuestas vagas que les llegan desde el instinto los convierten en lo que son. Ellos están convencidos de que no le están haciendo un mal a nadie.Marrale: Astor es muy consciente de eso. También hay que resaltar, metaforizando, que el padre que representa es la ley y de alguna manera, este padre impone una ley casi a lo Shakespeare. No nos olvidemos de que Nicolás está casado con Ana, su hija, algo que Astor nunca le perdonó, porque el compromiso que él tenía con los dos no era con lo sanguíneo, y Nicolás pasó ese límite. Por eso Astor tiene una contradicción permanente con Nicolás: primero lo deja ir y después lo quiere liquidar. En ese sentido, está muy bien contada la historia en cuanto a clan familiar, el juego de poderes que aparece en las familias inconscientemente, qué lugar ocupa cada uno, la sucesión, la herencia: todo está subyacente.También entra en ese esquema las relaciones con las mujeres de la familia.Marrale: Tienen esa doble moral del machismo: lo peor, ellas no deben saberlo, las protegen. Astor se dedica al tráfico de personas, pero cuida que su hija no se entere de una discusión con la madre. Hay un ámbito de secreto donde las mujeres no entran.Navarro:: Astor dice que todo se puede manipular y eso marca el nivel de su impunidad.Marrale: Es interesante ver que esto es algo que le pasa a la sociedad: se va acostumbrando a la impunidad.Gil Navarro: Y lo más grave es que en la medida en que no tiene castigo, se incorpora a lo cotidiano, ya no escandaliza. Y no es porque no haya leyes, existen, pero no se cumplen. Habría que preguntarse por qué y desde cuándo no se cumplen.¿Se puede ayudar a tomar conciencia de esto desde una ficción?Navarro: Sí, aunque sea mínima. Por ejemplo, si al terminar esta novela uno solo de esos puteríos con chicas esclavas es denunciado y el responsable va a la Justicia, yo me doy por satisfecho.Gil Navarro: Es algo mínimo, pero para nada es poca cosa. 29 de abril de 2008 (Clarín- MR)


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