Vos sabés de qué se trata, Luciano: un pie adelante, el otro atrás, el cuerpo agachado y un quiebre de cintura. Y la piña, irremediablemente, pasará de largo. No es magia, es boxeo. Castro lo supo en su adolescencia, cuando amaba subirse al ring y se peleaba demasiado en la calle. En el gimnasio, a los 16, dice que aprendió a aguantársela. Y repartía su fascinación entre Sugar Leonard (aquellas veladas de Las Vegas) y Marlon Brando (lo vio en Nido de ratas y, guau, qué ganas de ser actor). Hacer cintura, lo llaman: esfumarse con elegancia. Hasta que un día, Luciano Castro, plantado en el centro del cuadrilátero, decidió bajar la guardia. Deliberadamente. No más esquives. Y apareció al lado de Sabrina Rojas, bella y grácil, para confirmar lo que los rumores habían instalado: que son pareja, innegable relación que no pudieron (no quisieron, ya) ocultar en Mendoza. Vaya ironía: justo en la tierra de Nicolino Locche, el rey del esquive...
En la madrugada del sábado, Rojas (29) llegó al imponente hotel Sheraton y, sin dudarlo, pidió descansar en la misma habitación que, horas más tarde, compartiría con Castro (35). En el piso 11º, entonces, la pareja convivió durante las horas que duró la estadía, sin demasiados misterios. Los movimientos furtivos, las negativas sin mucho énfasis, parecían cosa del pasado. Llegaron, por supuesto, para cumplir dos presentaciones teatrales de Valientes, una obra que viene arrastrando el mismo éxito en las tablas que supo tener en televisión. Luciano, al igual que el resto de sus compañeros, arribó a las 12.50 del sábado y se dirigió al cuarto de Sabrina. Ese día, los protagonistas de Valientes eligieron almorzar en las lujosas habitaciones que el productor mendocino Luis Pérez Galeone, titular de Tres Producciones, les había reservado en el Sheraton. De paso, Luciano también aprovechó para seguir fortaleciendo sus músculos en el gimnasio por espacio de una hora. El resto del día estuvieron solos en su cuarto y recién a las 20.45 bajaron por separado, para subir a la Traffic que los llevaría al auditorio Angel Bustelo, donde realizarían la primera de las dos funciones programadas (ambas a sala llena). Como suele suceder, los ovacionaron. Y claro, el tema Castro-Rojas ya había ganado la calle y los comentarios en la platea iban en esa dirección. ¿Ejemplos? “¡Ese beso fue de verdad!”, le gritó una eufórica fan a Luciano apenas el actor terminó de besar (con efusividad, digámoslo) a Rojas. Inmediatamente, otra voz femenina agregó: “¡Ahí pasa algo, Leo!”. Y otras chicas, a coro, completaron con cierto orgullo regional: “¡Tenías que ser mendocina, Sabri!”.
Sí, es mendocina. Se crió en Godoy Cruz y creció como la menor de cuatro hermanos. Papá, comisario inspector retirado. Un hermano, también policía. Otro, camionero. Custodiada por expertos, no tardó en abrirse camino sola, a los 15 años. Armada con la seducción de su belleza, se fue a Buenos Aires y probó suerte hasta asomar recién después de los veinte años. Con la plata que ganó en una publicidad se hizo las lolas. Y al fin la descubrieron. En el 2005, cuando su nombre todavía no había cobrado tanta fuerza, se puso de novia con Juan Pablo Ingizan, administrador del teatro del Centro Armenio. Estuvieron juntos hasta el verano que acaba de terminar. “El se quedó en Buenos Aires, y en el último tiempo nos peleamos bastante por teléfono. Sin embargo, no significa que estemos separados”, decía Sabrina en enero. Los comentarios de su vinculación con Castro crecieron y ella salió al cruce: “Luciano es mi compañero de trabajo y sólo voy a decir eso. Con todos los chicos del elenco salimos y descansamos en la playa. Después dicen que estamos nosotros solos y ahí se empiezan a generar todos esos rumores”. Sin embargo, en febrero se oficializó la ruptura con Juan Pablo. Y la bola de nieve mediática se hizo incontenible. Para los parámetros actuales, Rojas es una cultora del bajo perfil. No le gusta exponerse demasiado. Nada mejor que una pareja como Castro, figurita difícil para los paparazzi. De hecho, para mantener su romance lejos de los flashes, varios vecinos del country Altos de Hudson II, donde la diosa tiene su casa, fueron testigos de las continuas visitas que el galán le hace por estos días.
En Mendoza, el domingo a las 16.45, GENTE retrató la llegada de Luciano y Sabrina al hotel. Venían de disfrutar de un almuerzo con amigos, en una salida que no incluyó a sus compañeros de trabajo. Salida de pareja, en definitiva. En una primera reacción, Castro le protestó al fotógrafo. Un segundo después, reconoció: “Tenés razón, flaco... Es tu trabajo”. Ella, ni una palabra: sólo apurar sus pasos. Más tarde, una fuente del elenco confirmó: “Luciano no soporta que se hable de su vida privada; eso lo tiene agobiado”. Tanto que ninguno de sus compañeros se atreve siquiera a preguntarle sobre el tema. Castro es así. Con sus códigos barriales inalterables y mucho Villa del Parque en la piel curtida. Papá de Mateo (7), arrancó en aquel juvenil Jugate conmigo cuando tenía apenas 16 años, carilindo y entrador. Colgó los guantes (al menos, las ilusiones de convertirse en campeón mundial), también archivó sus sueños de arquero de fútbol y se metió de lleno en la actuación. Vivió en Europa, maduró, leyó poemas... Y, claro, vivió romances. El último y conocido, con la locutora Elizabeth Vernaci, con quien estuvo hasta el año pasado (y por casi un lustro, entre idas y vueltas). A Luciano, mago del esquive, cintura de espalda a las sogas, se lo vinculó con varias. Incluidas compañeras de elenco como Natalia Oreiro, Dolores Fonzi y Carla Peterson. Una de las pocas que le tiraron al mentón, sin demasiado round de estudio, fue la talentosa Julieta Díaz. “Sí, fui su novia”, confesó hace unos días en el programa de Roberto Pettinato. Y a Castro le contaron diez.
Apenas concluyó la obra, y sin ningún tiempo para atender a las fanáticas que los esperaban, el elenco apuró la salida. Unos minutos después, todos se sentaron en el exclusivo restó Acequias del Sheraton. Luciano ocupó la cabecera de la mesa, y aunque Sabrina se demoró en llegar, sus compañeros, en un gesto de complicidad, ya le habían reservado un lugar a la diestra del actor. Intercambiaban comentarios todo el tiempo, se reían y coincidieron en elegir un malbec de Bodega Familia Zuccardi para el brindis con el resto del elenco. Cuando faltaban sólo unos minutos para la una de la madrugada, Luciano se levantó, anunciando que prefería descansar. Casi de manera instantánea, Sabrina hizo lo mismo. Sonó la campana. Hasta el próximo round.
Por Eduardo Bejuk y Marina Correa. Fotos: Fabián Uset y Juan Alfredo Ponce.
En la madrugada del sábado, Rojas (29) llegó al imponente hotel Sheraton y, sin dudarlo, pidió descansar en la misma habitación que, horas más tarde, compartiría con Castro (35). En el piso 11º, entonces, la pareja convivió durante las horas que duró la estadía, sin demasiados misterios. Los movimientos furtivos, las negativas sin mucho énfasis, parecían cosa del pasado. Llegaron, por supuesto, para cumplir dos presentaciones teatrales de Valientes, una obra que viene arrastrando el mismo éxito en las tablas que supo tener en televisión. Luciano, al igual que el resto de sus compañeros, arribó a las 12.50 del sábado y se dirigió al cuarto de Sabrina. Ese día, los protagonistas de Valientes eligieron almorzar en las lujosas habitaciones que el productor mendocino Luis Pérez Galeone, titular de Tres Producciones, les había reservado en el Sheraton. De paso, Luciano también aprovechó para seguir fortaleciendo sus músculos en el gimnasio por espacio de una hora. El resto del día estuvieron solos en su cuarto y recién a las 20.45 bajaron por separado, para subir a la Traffic que los llevaría al auditorio Angel Bustelo, donde realizarían la primera de las dos funciones programadas (ambas a sala llena). Como suele suceder, los ovacionaron. Y claro, el tema Castro-Rojas ya había ganado la calle y los comentarios en la platea iban en esa dirección. ¿Ejemplos? “¡Ese beso fue de verdad!”, le gritó una eufórica fan a Luciano apenas el actor terminó de besar (con efusividad, digámoslo) a Rojas. Inmediatamente, otra voz femenina agregó: “¡Ahí pasa algo, Leo!”. Y otras chicas, a coro, completaron con cierto orgullo regional: “¡Tenías que ser mendocina, Sabri!”.
Sí, es mendocina. Se crió en Godoy Cruz y creció como la menor de cuatro hermanos. Papá, comisario inspector retirado. Un hermano, también policía. Otro, camionero. Custodiada por expertos, no tardó en abrirse camino sola, a los 15 años. Armada con la seducción de su belleza, se fue a Buenos Aires y probó suerte hasta asomar recién después de los veinte años. Con la plata que ganó en una publicidad se hizo las lolas. Y al fin la descubrieron. En el 2005, cuando su nombre todavía no había cobrado tanta fuerza, se puso de novia con Juan Pablo Ingizan, administrador del teatro del Centro Armenio. Estuvieron juntos hasta el verano que acaba de terminar. “El se quedó en Buenos Aires, y en el último tiempo nos peleamos bastante por teléfono. Sin embargo, no significa que estemos separados”, decía Sabrina en enero. Los comentarios de su vinculación con Castro crecieron y ella salió al cruce: “Luciano es mi compañero de trabajo y sólo voy a decir eso. Con todos los chicos del elenco salimos y descansamos en la playa. Después dicen que estamos nosotros solos y ahí se empiezan a generar todos esos rumores”. Sin embargo, en febrero se oficializó la ruptura con Juan Pablo. Y la bola de nieve mediática se hizo incontenible. Para los parámetros actuales, Rojas es una cultora del bajo perfil. No le gusta exponerse demasiado. Nada mejor que una pareja como Castro, figurita difícil para los paparazzi. De hecho, para mantener su romance lejos de los flashes, varios vecinos del country Altos de Hudson II, donde la diosa tiene su casa, fueron testigos de las continuas visitas que el galán le hace por estos días.
En Mendoza, el domingo a las 16.45, GENTE retrató la llegada de Luciano y Sabrina al hotel. Venían de disfrutar de un almuerzo con amigos, en una salida que no incluyó a sus compañeros de trabajo. Salida de pareja, en definitiva. En una primera reacción, Castro le protestó al fotógrafo. Un segundo después, reconoció: “Tenés razón, flaco... Es tu trabajo”. Ella, ni una palabra: sólo apurar sus pasos. Más tarde, una fuente del elenco confirmó: “Luciano no soporta que se hable de su vida privada; eso lo tiene agobiado”. Tanto que ninguno de sus compañeros se atreve siquiera a preguntarle sobre el tema. Castro es así. Con sus códigos barriales inalterables y mucho Villa del Parque en la piel curtida. Papá de Mateo (7), arrancó en aquel juvenil Jugate conmigo cuando tenía apenas 16 años, carilindo y entrador. Colgó los guantes (al menos, las ilusiones de convertirse en campeón mundial), también archivó sus sueños de arquero de fútbol y se metió de lleno en la actuación. Vivió en Europa, maduró, leyó poemas... Y, claro, vivió romances. El último y conocido, con la locutora Elizabeth Vernaci, con quien estuvo hasta el año pasado (y por casi un lustro, entre idas y vueltas). A Luciano, mago del esquive, cintura de espalda a las sogas, se lo vinculó con varias. Incluidas compañeras de elenco como Natalia Oreiro, Dolores Fonzi y Carla Peterson. Una de las pocas que le tiraron al mentón, sin demasiado round de estudio, fue la talentosa Julieta Díaz. “Sí, fui su novia”, confesó hace unos días en el programa de Roberto Pettinato. Y a Castro le contaron diez.
Apenas concluyó la obra, y sin ningún tiempo para atender a las fanáticas que los esperaban, el elenco apuró la salida. Unos minutos después, todos se sentaron en el exclusivo restó Acequias del Sheraton. Luciano ocupó la cabecera de la mesa, y aunque Sabrina se demoró en llegar, sus compañeros, en un gesto de complicidad, ya le habían reservado un lugar a la diestra del actor. Intercambiaban comentarios todo el tiempo, se reían y coincidieron en elegir un malbec de Bodega Familia Zuccardi para el brindis con el resto del elenco. Cuando faltaban sólo unos minutos para la una de la madrugada, Luciano se levantó, anunciando que prefería descansar. Casi de manera instantánea, Sabrina hizo lo mismo. Sonó la campana. Hasta el próximo round.
Por Eduardo Bejuk y Marina Correa. Fotos: Fabián Uset y Juan Alfredo Ponce.
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