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martes, 21 de octubre de 2008

Iñaki Urlezaga






El primer bailarín invitado de la compañía holandesa Dutch National Ballet, protagonizará el estreno mundial de Carmina Burana en el Teatro Opera. El platense, que empezó a bailar a los ocho años, asegura que en el ballet el elitismo sigue vigente.

ruza el pasillo apenas iluminado del bar, la mochila le cuelga del hombro y él ayuda a sostenerla con una mano y, en la otra, un libro de Octavio Paz con la dirección del lugar escrita en un papel arrugado. Los rulos alborotados y un par de ojos almendrados hacen que este bailarín platense, de 32 años y radicado en Holanda, parezca un niño grande perdido en una inmensa ciudad desconocida. Cuando pide café, dice “liviano y sin espuma”, casi en consonancia con la filosofía del artista siempre a punto de trasladarse.
Es que antes de viajar a China para participar del Festival Internacional de Artes en Beijing pasó por Buenos Aires para el estreno mundial de Carmina Burana. Del 24 al 26 de octubre bailará junto con el Ballet Concierto, la Orquesta y el Coro Estable del Teatro Colón en el Teatro Opera, como parte de los festejos del centenario del Primer Coliseo argentino. Una casa que no le es ajena en absoluto: allí, a los 8 tomó sus primeras clases en el Instituto Superior de Arte. Iñaki vive de gira, aunque desde que es primer bailarín de la compañía holandesa Dutch National Ballet se afincó en un pequeño departamento de Amsterdam. Integró durante una década el Royal Ballet de Londres antes de transitar la prestigiosa academia neoyorquina The School of American Ballet. “Viajando tanto, siempre tengo la sensación de que me estoy yendo todo el tiempo. Es lo que pasa cuando uno vive entre dos mundos, entre dos continentes, entre dos espacios. Esa es la única parte de mi carrera que no me gusta. La estabilidad es lo que tengo que sacrificar si no quiero llevar adelante una carrera más chata o más mediocre. Conocer, viajar y vivir la vida ayuda a que no te mientan tanto, a ser una persona experimentada en el buen sentido, a darte cuenta de que al fin y al cabo la vida es un largo camino a recorrer. Nunca volvés igual de lo que te fuiste, siempre las vivencias te modifican”.

¿Siempre hay que sacrificar algo en la vida? Más que sacrificar, te diría que siempre hay que elegir o priorizar. Incluso estás optando si vas a ver el vaso medio lleno o el vaso medio vacío.

¿Pasaste los 30 con muchos replanteos? Sos mucho más consciente de todo, sabés lo que disfrutás y lo que no, por ejemplo. Yo, ahora, medito más mis decisiones, no las tomo tan apresuradamente. A veces todo pasa tan rápido que uno no se para a pensar en lo que hace. En mi caso, pienso cómo quiero que sean mis próximos diez años de carrera, yo ya no tengo que decirle a todo que sí, ahora puedo elegir y decir ‘no gracias’ y bailar realmente lo que quiero bailar.

¿Te vas a retirar joven, entonces? Y supongo que a los 40 años, pero no me imagino la vida sin el arte. Puedo bajarme del escenario pero dar clases, por ejemplo. Pero yo sé que todo termina, es finito. La vida es el instante y nada es irrepetible, para mí y para el verdulero. No creo en esa vorágine de obsesionarse por pretender vivir mil años, es como ir en contra de la vida misma.

¿Te hiciste vegetariano por una cuestión personal o porque te sumaste a la movida ecofriendly? No, lo mío fue puramente nutricional. No soy ecologista, me interesa todo lo que pasa con el universo pero ser vegetariano me ayuda a estar mucho mejor alimentado, dejar de comer carne te hace comer inevitablemente más verdura y te hace encontrar otros sabores que la carne tapa.

¿Por dónde pasa la vida para vos? Por ser feliz e irradiar esa felicidad. Es una actitud ante la vida, podés haber tenido un día pésimo y rescatarlo. Con inteligencia, uno puede cambiar su realidad.

¿Cuál es tu fórmula? ¡Es que no hay! Es un laburo interno muy lento. Yo hice terapia psicoanalítica pero ahora no tengo tiempo. También leo mucho. Pero son búsquedas personales, hay gente que nunca en su vida necesita reflexionar sobre nada. Hay muchas maneras de estar en este mundo, yo necesito saber por qué estoy yendo hacia ese lugar. Soy de los que cree que todos deberían pasar por el mundo a través de un quehacer. Uno tiene que encontrarle un sentido a su vida y no dejar que sean los demás quienes se lo confieran.

Para no despertar de la nebulosa a los 40 preguntándote ¿esto quería yo? Claro. No saber y no entender hacia dónde vas en la vida debe ser tremendo porque no es una vida propia. Por eso también siempre le tuve mucha fobia al éxito porque te puede alejar de la vida misma: es muy peligroso cuando un artista vive rodeado de un séquito de 20 personas porque te permite ver el mundo sólo a través de los ojos de esas personas. Yo siempre trato de tomar decisiones lo más personales posibles, escuchar opiniones pero estar atento a lo que necesito.

Sin embargo tenés fama de ser súper exigente con los demás… Sí, soy muy hincha pelotas con algunas cosas, soy muy detallista.

¿De los que se levantan del restaurante porque le trajeron la salsa equivocada? No… Tengo paciencia, me interesa que la gente que está a mi lado me ayude, que no me complique la existencia, pero soy muy respetuoso del otro, jamás maltrataría a nadie, a mí nunca me vas a escuchar pegarle un grito a alguien delante de otra persona. En cambio, me molesta la falta de comprensión y de cuidado, si vos pediste algo y te traen lo que no querías que, al menos, estén las disculpas para compensar. Creo que hoy se vive de manera poco comprometida. Yo entiendo, por ejemplo, que si subo a un taxi el taxista no tenga cambio de cien pesos pero no puedo tolerar que si le pago con un billete de veinte no tenga para darme el vuelto de un viaje que cuesta seis.

¿Leés los diarios? ¿Sos un tipo preocupado por la realidad económica del país? Leo La Nación, pero soy desastroso con algunos temas. De economía, por ejemplo, no entiendo mucho, hasta con la mía (N. de la R.: Los números los maneja su hermana Marianela, contadora, cuatro años mayor que él y reciente madre de gemelas que hoy enternecen al tío bailarín) pero me gustaría que si uno se mata trabajando pueda comprar, al menos, una casa propia. El otro día leía justamente que para sacar un crédito hipotecario necesitás un sueldo de 9.000 pesos, ¿cuánta gente en la Argentina tiene ese ingreso?

¿Qué hay de cierto acerca del ambiente descontrolado en la danza? (Se ríe) No... El ambiente del ballet es más tranquilo. Hay una cierta bohemia, una manera de transitar la vida menos rígida pero siempre tenés que tener en claro que hay mucho sacrificio: si no dormís la cantidad de horas necesarias tu cuerpo no responde al otro día.

Fuiste uno de los primeros hombres en bailar, ¿hoy hay una mayor apertura? Hay muy pocos chicos que estudian danzan en las academias pero, paradójicamente, son hombres algunos de los grandes bailarines de la danza en Argentina. Creo que la realidad, en ese sentido, superó un poco el mito.

¿Por dónde pasan los prejuicios actualmente? A pesar de que hoy hay una mayor apertura, el ballet sigue siendo un poco elitista. Hay cierto sector que sigue creyendo que el ballet no es parte del espectáculo.

Contaste que cuando eras chico y pasaste con tu mamá frente al Teatro Colón, exclamaste: “Esto es el mundo”. ¿Alguna vez volviste a tener una certeza tan absoluta? Nunca. Hasta el día de hoy no entiendo cómo pude sentir una familiaridad tan grande y atípica frente a un lugar que yo no conocía. Soy católico, pero la única explicación que pude encontrar es que evidentemente existen otras vidas. Y ojo (bromea), pude haber sido un utilero o un enfermero, no digo que fui Napoleón como dice todo el mundo. Algún día lo voy a indagar, me gustaría saber quién fui en otra vida.
Fuente: Para Ti

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