Gael García Bernal Galán prototipo de Palermo Hollywood (¿no es el candidato ideal para publicitar cualquier marca de ropa de la zona?). Su paso por Londres, donde estudió actuación durante un tiempo, no tuvo derivaciones british visibles. El encanto de Gael no está en la distinción o el refinamiento, sino en la empatía que genera su voluntad de no negarse a nada: fue cara visible del cine mexicano de exportación, le cumplió la fantasía a Almodóvar con un rol triple que incluía una faceta travesti y hasta fue dos veces el Che. El toque de charme definitivo fue su adorable performance en el último viaje de Michel Gondry, donde sorteó el dificilísimo desafío de no quedar opacado ante el brillo enceguecedor de Charlotte Gaunsbourg. Y eso que mide 1,68. Foto de Conde Nast; Corbis/Latinstock
James Dean El mito. Se sabe; aquello de vivir rápido y morir joven tuvo en Dean un modelo ineludible. Pero su venenoso magnetismo estuvo relacionado, sobre todo, con la explotación deliberada de la ambigüedad, algo que de algún modo heredó de su precedente más claro, Marlon Brando. Que uno de los propietarios más atildados de la elegancia en la historia del rock, Morrissey, lo haya tenido siempre como referencia es una prueba contundente de su incomparable punch. Dean fue la imagen de la rebeldía, el dolor y la pasión. De todo aquello que, en suma, es importante para ser un héroe trágico cuando ya están asegurados los jeans ajustados, la camiseta blanca, la campera de cuero, las botas texanas y el cigarro en los labios.
Marcello Mastroianni Fama de mujeriego bien ganada (su relación con Catherine Deneuve lo expía de cualquier discusión sobre el gusto), buenas artes para la conversación, notoria inclinación por el clasicismo... Mastroianni siempre supo ir a lo seguro, por eso fue un caso ejemplar de perdurabilidad: el italiano dejó este mundo manteniendo la elegancia intacta, algo más complicado de lo que muchos imaginan. En su apogeo, hasta cuando le tocó jugar de perdedor, como en la magnífica adaptación de un relato de Dostoievski que llevó a cabo Visconti en Noches blancas, conservó la línea. En esa época, fines de los 50, inicios de los 60, un seductor de esta talla sólo era posible si lograba lo que logró Marcello: ser un ideal al alcance de todos. O sea, un magnífico impostor.
Johnny Depp Un resultado de la planificación obsesiva: Depp está parado con un pie en lo popular y otro en lo sofisticado gracias a su muy buen tino para elegir. Ganó prestigio por su roce con directores muy bien considerados por el público indie –Jim Jarmusch, John Waters, Tim Burton– y audiencia con su versión ATP, la de la saga Piratas del Caribe. Su ascendencia cherokee es un condimento exótico para los amantes del detalle. Buen lector, coleccionista de pinturas, integrante de una banda de rock... Todo tan calculado como la docena de tatuajes que lleva en su cuerpo. La clave, de todos modos, es su enorme versatilidad: puede ser un ingenuo delirante, un galán ardiente, un yonqui descontrolado, un asesino lúgubre y sangriento o un personaje de fábula con la misma solvencia. Es decir, todo le queda bien.
Sean Connery Para muchos, el mejor James Bond, y no es poco decir en términos de estilo (aunque él dice que a esta altura ya odia ese personaje). Escocés independentista, ha declarado alguna vez que no ve nada malo en pegarle a una mujer, lo que le restó brillo a su perfil de galán. Con 77 años, sigue siendo un modelo: no hace mucho la revista CQ lo consideró "uno de los hombres con más estilo de los últimos cincuenta años". Un secreto de Connery es que no sólo seduce a la platea femenina; también despierta interés en muchos hombres, que se identifican con la virilidad sin ambigüedades de este hijo de un camionero. Como es lógico, ostenta el título de Caballero del Imperio Británico, otorgado por la reina Isabel II en el año 2000. Un señor.
Marlon Brando Aunque suene paradójico, muchos hombres suelen perder atractivo, dicen algunas mujeres, por ser "demasiado bonitos". Fue el caso de Delon y, sin duda, el de Brando, que resolvió fortuitamente esa desventaja cuando le rompieron la nariz en un juego de manos con compañeros de elenco de Un tranvía llamado deseo. El cambio que sufrió su rostro le dio un aspecto de hombre rudo que elevó su sex appeal. En su época, la imagen de rebelde atormentado que luego emularía Dean no era tan bien considerada, pero sí la más lógica para un adicto a la provocación. La eficacia de su estilo es asombrosa, si se tiene en cuenta que su época dorada no duró mucho (apareció en los años 50 y a mediados de los 70 su deterioro físico ya era inocultable). La necesidad de desarrollar una personalidad fuerte terminó marcando a fuego su carrera como actor: siempre fue "Brando haciendo de", una persistencia que terminó por hacerlo inigualable.
Michael Caine Nunca abandonó del todo su acento cockney, fruto de su origen (nació en una familia de clase obrera de Londres) y muestra acabada de su enorme personalidad. Es, probablemente, el galán más nerd de esta lista y el menos preocupado por seguir el catálogo de lugares comunes del buen mozo abnegado. Esa leve indolencia también tuvo repercusiones en su carrera: no siempre escogió bien sus trabajos, pero supo recuperarse y hasta le dieron -¡otro más!- el título de Sir en su país. Se podría decir que construyó su estilo por oposición: la del espía Harry Palmer, una de sus caracterizaciones más logradas, es contracara del radiante charme de James Bond. En vez de seducir con joyas y restaurantes lujosos, Palmer les cocinaba a sus chicas sin quitarse las gafas. La vulgaridad como estrategia.
Paul Newman Galán norteamericano por excelencia, Newman no sólo aprovechó el poder de sus increíbles ojos azules a lo largo de su larga trayectoria como actor. También supo adaptarse a los cambios que se produjeron en Hollywood entre los 50 y los 60 (del moralismo y la represión al ambiente liberal e iconoclasta) y fue un culto permanente de la buena letra: sirvió en la Marina estadounidense, fue un muy buen jugador de fútbol americano en su época universitaria, impulsó la lucha contra las adicciones a las drogas y el armamentismo y creó una línea de productos alimenticios de altísima calidad cuyas ganancias destinó, en buena medida, a la caridad. También participó en las 24 horas de Le Mans. Su momento de gloria como galán maduro fue en El color del dinero (1986, tenía 61 años), con la que ganó un Oscar y le dejó claro a su partenaire ocasional Tom Cruise lo que nunca iba a poder ser.
Jude Law Otro hombre inteligente. Para exorcizar los fantasmas de Michael Caine, de quien es un claro sucesor, nada mejor que trabajar con él haciéndose cargo del mismo papel que su modelo había encarnado 35 años atrás en la remake del thriller de Juego macabro. La estrategia tuvo humor y algo de perversión, dos de las armas predilectas de este londinense de pura cepa al que le calzan perfecto los roles ambiguos (El talentoso Sr. Ripley, Closer). Norah Jones, quien tuvo que besarse con él en el filme My Blueberry Nights de Wong Kar Wai, habla maravillas de Jude. Aunque su rol era el de un simple chofer mujeriego, su look en el filme Alfil fue un manual de estilo para el hombre del siglo XXI. Su objetivo inmediato es convertirse en Hamlet para el prestigioso teatro inglés. Paso a paso, Law construye su imagen sin preocuparse demasiado por la originalidad, más bien con la tradición como guía.
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